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Paraísos e Infernos

Samael Aun Weor (1974) - A Doutrina Secreta de Anahuac - Capítulo XIII
CAPÍTULO XIII PARAÍSOS E INFIERNOS

“¡Oh, bienaventurado MIXCOATL, bien mereces ser loado en cantares, y bien mereces que tu fama viva en el mundo, y que los que bailan en los areitos te traigan en la boca, en rededor de los arrabales y tamboriles de Huejotzingo para que regocijes y aparezcas a tus amigos los nobles y generosos, tus parientes!”

“¡Oh, glorioso mancebo!, digno de todo loor, que ofreciste tu corazón al sol, limpio como un sartal de zafiros, otra vez tornarás a brotar, otra vez tornarás a florecer en el mundo, vendrás a los areitos, y entre los tambores y tamboriles de Huejotzingo, aparecerás a los nobles y varones valerosos, y te verán tus amigos”. (Sahagún, 11, 140).

Cuantos morían en la guerra, o en el altar del sacrificio, iban a la casa del sol. Todos andaban unidos en una inmensa llanura. Cuando el sol va a aparecer, cuando es tiempo de que salga, empiezan ellos, entonces, a lanzar gritos de guerra, hacen resonar los cascabeles que llevan en los tobillos y a golpear sus escudos”.

“Si su escudo está perforado por dos o por tres flechas, por aquellas hendeduras pueden contemplar el sol; pero aquellos cuyo escudo no tiene abertura alguna no pueden mirar al sol”.

“Cuantos cayeron muertos entre magueyes y cactus, entre espinosas acacias, y cuantos han ofrecido sacrificios a los Dioses, pueden contemplar al sol, pueden llegar hasta él”.

“Cuando han pasado cuatro años se mudan en bellas aves: colibríes, pájaros moscas, aves doradas con huecos negros alrededor de los ojos; o en mariposas blancas relucientes, en mariposas de fino pelambre, en mariposas grandes y multicolores, como los vasos de beber, y andan libando allá en el lugar de su reposo, y suelen venir a la tierra y liban en rojas flores que asemejan sangre: la eritrina, la paisentía, la carolínea, la caliandra”. (Épica Náhuatl).

“Dijeron los viejos que el sol los llama para sí, y para que vivan con él allá en el cielo, para que le regocijen y canten en su presencia y le hagan placer”.

“Estos están en continuos placeres con el sol, viven en continuos deleites, gustan y chupan el olor zumo de todas las flores sabrosas y olorosas, jamás sienten tristeza ni dolor, ni disgusto, porque viven en la casa del sol, donde hay riquezas de deleites”.

“Y éstos de esta manera que mueren en las guerras, son muy honrados acá en el mundo, y esta manera de muerte es deseada de muchos”.

“Muchos tienen envidia a los que así mueren, y por esto todos desean esta muerte, porque los que así mueren son muy alabados”. (Sahagún, 11, 140).

Enigmáticos poemas solares…, verdades trascendentales que la Antropología profana desconoce.

Mucho se ha hablado sobre Makara el “escamoso”, el famoso Dragón volador de Medea.

En el Museo Británico puede verse todavía un ejemplar de Dragón halado, y con escamas.

El gran Dragón sólo respeta y venera a las Serpientes de Sabiduría. Es lamentable que los asiriólogos ignoren en verdad la condición del Dragón en la antigua Caldea.

El signo maravilloso del Dragón tiene, ciertamente, siete significados esotéricos.

No está de más afirmar en forma enfática que el más elevado es idéntico al “Nacido por sí”, el Logos, el Aja hindú.

En su sentido más infernal es el Diablo, aquella excelente criatura que antes se llamara Lucifer, el Hacedor de luz, el Lucero de la mañana, el “latón” de los viejos alquimistas medievales.

Entre los gnósticos cristianos llamados Naasenios o adoradores de la Serpiente, era el Dragón el Hijo del Hombre. Sus siete estrellas lucen gloriosas en la diestra del Alfa y Omega del Apocalipsis de San Juan.

Es lamentable que el Prometeo-Lucifer de los antiguos tiempos se haya transformado en el Diablo de Milton…

Satanás volverá a ser el Titán libre de antaño cuando hayamos eliminado de nuestra naturaleza íntima a todo elemento animal.

Necesitamos con urgencia máxima, inaplazable, blanquear al Diablo, y esto sólo es posible peleando contra nosotros mismos, disolviendo todo ese conjunto de agregados psíquicos que constituyen el Yo, el mí mismo, el sí mismo.

Sólo muriendo en sí mismos podremos blanquear al latón y contemplar al Sol de la Media Noche, al Padre.

Cuantos mueren en la guerra contra sí mismos, quienes logran la aniquilación del mí mismo, lucen esplendorosos en el espacio infinito, penetran en los distintos departamentos del Reino (entran en la Casa del Sol).

La alegoría de la guerra en los cielos tiene su origen en los templos de la iniciación y en las criptas arcaicas.

Pelean Miguel contra el Dragón rojo y San Jorge contra el Dragón negro; se traban siempre en lucha Apolo y Pitón, Krishna y Kaliya, Osiris y Tiphón, Bel y el Dragón, etc., etc., etc.

El Dragón es siempre la reflexión de nuestro propio Dios Intimo, la sombra del divino Logoi que desde el fondo del Arca de la Ciencia, en acecho místico, aguarda el instante de ser realizado.

Pelear contra el Dragón significa vencer a las tentaciones y eliminar a todos y cada uno de los elementos inhumanos que llevamos dentro: Ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., etc., etc.

Quienes mueren en el Altar del Sacrificio, es decir, del “sacro-oficio”, en la Novena Esfera, van a la Casa del Sol, se integran con su Dios.

En la tierra sagrada de los Vedas, Arjuna tiembla y se estremece en pleno campo de batalla al comprender que debe matar a sus propios parientes (sus múltiples yoes o defectos psicológicos del ejército enemigo).

Para los mexicanos auténticos, lo que determina el lugar al que va el Alma después de la muerte es el género específico de la misma y el tipo de labores que en vida tuviera tal difunto.

Aún los guerreros enemigos que han muerto en la dura brega o que, capturados como prisioneros fueron sacrificados en el Tezcatl, la piedra de los sacrificios, ingresan al sublime Reino de la luz dorada (el Paraíso Solar). Estos tienen un Dios especial, quiero referirme a Teoyaomiqui, la “Deidad de los enemigos muertos”.

El aspecto esotérico de este tema de la religión popular es trascendental.

Entender esto es impostergable. “Los cristianos también deberían venerar a los santos de otros credos, religiones y lenguas”.

Las mujeres muertas en parto, que dichosas moran en el paraíso occidental sabiamente denominado “CINCALCO”, la “casa del maíz”, son también muy veneradas.

Indubitablemente, antes de transformarse en diosas, las féminas muertas en parto gozan de extraordinarios poderes mágicos, según afirma la Religión de Anáhuac.

Dícese de la mujer que ha muerto de parto, que ha vencido al enemigo. Los jóvenes guerreros codician su brazo derecho y tratan de apoderarse de él porque éste los hará invencibles en el combate, motivo por el cual tales cadáveres fueron siempre debidamente vigilados por hombres del clan, armados de punta en blanco a fin de evitar la mutilación.

Resulta interesante que tales mujeres, antes de convertirse en diosas, bajen a la tierra convertidas en fantasmas terroríficos y de mal agüero, llevando por cabeza una calavera y con manos y pies provistos de garras, según dicen los misterios de Anáhuac.

Estados post-mortem extraordinarios los de aquellas nobles mujeres que mueren en el parto.

A aquél desmayo de tres días mencionado por el Bardo Thodol, y que siempre se sucede después de la defunción del cuerpo físico, reviven aquellas difuntas la vida que acaba de pasar y entonces parecen fantasmas sufrientes y de horripilante apariencia.

Empero, concluidas las experiencias retrospectivas de la existencia finalizada, la “esencia”, en ausencia del Yo, se eleva de esfera en esfera hasta sumergirse en la dicha solar.

Mucho más tarde en el tiempo, concluido el buen Dharma, esas almas han de regresar inevitablemente a una nueva matriz.

Los sabios sacerdotes de Anáhuac afirmaron siempre en forma enfática que las “Cihuateteo” o “mujeres diosas” muertas en parto, viven en el paraíso occidental llamado CINCALCO, la “casa del maíz”.

Del germen, del grano, nace la vida, y ellas dieron su vida, precisamente, por la naciente criatura.

La Madre Natura sabe pagar siempre de la mejor manera el sacrificio solemne de esas benditas mujeres.

Es indescriptible la dicha de esas almas en los cielos de la Luna, Mercurio, Venus y el Sol…

Desgraciadamente toda recompensa se agota, y al fin, aquellas almas vuelven al interior del Yo con el propósito de penetrar en una nueva matriz.

Los que mueren ahogados entre las aguas tormentosas de los ríos o de los mares, o entre las ondas de los profundos lagos, o por el rayo, ingresan dichosos al Paraíso de Tlaloc que queda al Sur, la región de la fertilidad y de la abundancia donde existen árboles frutales de toda clase y abunda el maíz, el fríjol, la chía y muchísimos otros mantenimientos.

Las espléndidas pinturas halladas en el Templo de Teotihuacán vienen a demostrarnos la firme creencia en el Tlalocan, el famoso Paraíso de Tlaloc.

En las dimensiones superiores de la naturaleza existen muchos paraísos de felicidad; no está de más recordar el Reino del Buddha Amithaba ubicado por los lamas tibetanos en el Oeste.

En el Bardo Thodol se citan varios de esos Edenes: “El Reino de la Suprema Dicha”, “El Reino de la Densa Concentración”, “El Reino de los largos Cabellos”, Vajra-Pani o el Vihara Ilimitado de la Radiación del Loto, Padma-Sambhava en la presencia de Urgyan, etc., etc., etc.

La doctrina secreta de Anáhuac enseña que existen trece cielos, y afirma solemnemente que en el más alto de éstos viven las almas de los niños que fallecen antes de tener uso de razón.

Dice la doctrina del México antiguo que esas almas inocentes esperan a que se destruya la presente humanidad en el gran cataclismo que se avecina para reencarnar en la nueva humanidad. En el Tíbet milenario, el Bardo Thodol guía a los difuntos que desean liberarse para no regresar a las amarguras de este mundo.

En la tierra sagrada de los faraones muchas almas lograron escaparse de esta cloaca del Samsara después de haber trabajado en la disolución del Ego.

Terribles pruebas aguardan a los difuntos que no desean retornar a este mundo; cuando salen victoriosos ingresan a los ya citados reinos suprasensibles. En esas regiones son instruidos y auxiliados antes de sumergirse dichosos como niños inocentes en el Gran Océano.

Muchas de esas almas volverán en la Edad de Oro, después del gran cataclismo, para trabajar en su autorrealización íntima.

Incuestionablemente, resulta inteligente saberse retirar a tiempo, antes de que concluya el “ciclo de existencias”.

Es preferible retirarse de la “escuela de la vida” antes que ser expulsado; la involución sumergida dentro de las entrañas de la Tierra, en el tenebroso Tártarus, ciertamente es muy dolorosa.

En el país asoleado de Khem, en la época del faraón Kefren, conocí personalmente cierto caso ejemplar.

Se trata de un ciudadano muy religioso que jamás fabricó los “cuerpos existenciales superiores del Ser”.

Aquel místico, muy serio en sí mismo, creyéndose incapaz para las ordalías de la Iniciación, y sabiendo el destino que aguarda a las almas después de cada ciclo o período de existencias, prefirió retirarse del escenario cósmico.

Aquel devoto jamás conoció el misterio indecible del Gran Arcano, pero tenía al Yo y sabía que lo tenía y deseaba desintegrarlo para no retornar después de la muerte a este valle de lágrimas.

Es ostensible que su Divina Madre Kundalini, Tonantzín, Isis, siempre le asistió en el trabajo de disolución de esos elementos que constituyen el “mí mismo”.

Jamás afirmaría que aquel religioso lograra entonces la eliminación total de los elementos inhumanos, empero, avanzó mucho en su trabajo, y después de la muerte del cuerpo físico, continuó en el más allá con el propósito inquebrantable de no volver a este mundo.

Posteriormente, después del consabido desmayo de los tres días, esa alma hubo de revivir en forma retrospectiva la existencia finalizada.

Concluido el trabajo retrospectivo, informado el difunto sobre el resultado de todas sus acciones, tanto buenas como malas, éste continuó firme en el propósito de no retornar más.

El aullido terrorífico del Lobo de la Ley que tanto espanta a los difuntos, el huracán espantoso de la Justicia objetiva, las siniestras tempestades del país de los muertos, las innumerables parejas que copulan incesantemente, las atracciones y repulsiones, simpáticas y antipatías, los errores cavernarios, etc., nunca lograron hacer desistir a aquella alma de su firme propósito.

La voz solemne de los sacerdotes egipcios, que en vida le habían prometido ayuda, llegaba hasta el difunto recordándole su propósito.

KEH, su Padre que está en secreto, y NUIT, su Divina Madre Isis, sometieron al hijo –el difunto– a la prueba final, empero, el desencarnado salió victorioso.

Como secuencia de todos estos triunfos íntimos, aquel difunto ingresó dichoso en un paraíso molecular muy similar al de Tlaloc.

En tal región de indiscutibles delicias naturales, aquella criatura continuó con pleno éxito el trabajo sobre sí misma.

Devi Kundalini, Tonantzín, Isis-María, su Divina Madre particular, le auxilió en forma directa eliminando de su psiquis a los residuos inhumanos que aún quedaban.

Conforme el difunto iba reconquistando la inocencia, a medida que moría más y más en sí mismo, pasaba también por distintas metamorfosis. En principio asumió la figura inefable de una tierna doncella, y por último, la de una niña de tres años, entonces, como un simple “Buddha elemental” se sumergió entre el océano del Espíritu Universal de Vida, más allá del bien y del mal.

Obviamente, aquella criatura fue sincera consigo misma, no sintiéndose capaz para alcanzar el adeptado, prefirió separarse del escenario del mundo, retornar al punto de partida original, continuar como simple elemental.

Esas almas pueden reencarnarse, si así lo quieren en la futura Edad de Oro, después del gran cataclismo que se avecina, para ingresar a los misterios, empero, la mayoría de esas inocentes criaturas prefiere quedarse para siempre en ese lado elemental.

Cuando los iniciados del viejo Egipto dábamos estas enseñanzas al pueblo, nos sentábamos en grupos de a cuatro ante pequeñas mesas cuadradas; con esto alegorizábamos a los cuatro estados fundamentales por los cuales debe pasar toda alma que desee retirarse de la rueda del Samsara.

Consumada la eliminación de los residuos inhumanos en la psiquis del difunto, éste tendrá que experimentar en sí mismo el “vacío iluminador”; esto es el Dharmakaya.

Este vacío no es de la naturaleza del vacío de la nada, sino un vacío inteligente, es el estado del espíritu en el Sambhogakaya.

Vacío y claridad inseparables. Vacío claro por naturaleza y claridad por naturaleza vacía es el ADI-KAYA, la Inteligencia iluminada.

La iluminada Inteligencia, brillando sin obstáculos en el difunto que ha logrado morir completamente en sí mismo, irradiará por todas partes: es el Nirmanakaya.

Tan sólo por la experiencia directa en los cuatro kayas es posible obtener la liberación total.

Muy diferente es la suerte que aguarda a las almas que concluyen cualquier período de manifestación sin haberse liberado.

Quienes no han sido elegidos por el Sol, o por Tlaloc, –dicen los aztecas–, van simplemente al Mictlan y ahí esas almas padecen espantosas pruebas mágicas al pasar por los infiernos.

En primer lugar, para llegar al Mictlan han de pasar por el cenagoso río, el Aqueronte o CHICNAHUAPAN, en la barca de Carón, como dice el Dante en su Divina Comedia. Incuestionablemente, ésa es la primera prueba a la que se someten los “dioses infernales”.

“¡Ay de vosotras, almas perversas!, no esperéis nunca ver el cielo. Vengo para conduciros a la otra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en medio del calor y del frío”…

Continúan los sabios mexicanos diciendo que después el alma tiene que pasar entre dos montañas que se juntan; en tercer lugar, por una montaña de obsidiana; en cuarto lugar, por la región en donde aúlla tremendo un viento muy helado; después, por donde flotan las banderas; el sexto lugar en que se flecha[i]; en el séptimo círculo dantesco están las fieras que comen los corazones; en el octavo, dicen está el paso estrecho entre lugares y piedras; y en el noveno y último círculo del Dante, dentro del interior de la Tierra, existe el CHICNAHUMICTLAN, donde se pasa por la “muerte segunda” tan sabiamente descrita por el Apocalipsis de San Juan.

Posteriormente, esas almas descansan ingresando a los paraísos elementales de la naturaleza; entonces inician nuevos procesos evolutivos que han de comenzar por el reino mineral, proseguir en el vegetal, continuar en el animal y culminar en el estado humanoide que otrora se perdiera.

[i]La redacción es rara pero parece correcta, existe el verbo flechar: “1. tr. Estirar la cuerda del arco, colocando la flecha para dispararla. 2. tr. Herir o matar a alguien con flechas. 3. tr. coloq. Inspirar amor, cautivar los sentidos repentinamente. 4. intr. Dicho de un arco: Estar en disposición para disparar la saeta” (del DRAE). Así pues sería un lugar donde las almas son ensartadas por las flechas.